Construye tu nave. Pilota tu vida.

Construye tu nave. Pilota tu vida.

Hazte caso.
De una maldita vez.

No como un capricho. No como un berrinche de adolescente que quiere salirse con la suya.
Hazte caso como quien se mira al espejo y decide no seguir huyendo.
Hazte caso como quien por fin entiende que no se trata de tener razón, sino de construirla.

Porque nadie la tiene.
Nadie.

Ni tu padre, ni tus amigos, ni tus referentes intelectuales o espirituales.
Todos ellos, como tú, son piezas de un puzle que jamás verán completo.
Todos ellos viven, opinan y actúan desde un lugar incompleto. Desde una perspectiva parcial, limitada, interesada.
Y sí: todos quieren algo de ti.
Tu atención, tu tiempo, tu energía, tu obediencia.

La vida moderna ha convertido al ser humano en un recurso.
Un recurso que se explota, que se seduce, que se agota.

Y tú —con tus dudas, tus heridas, tus ganas de hacerlo bien— eres el objetivo perfecto.

Por eso necesitas hacer algo radical:
Trazar tu propio camino.
Pero trazarlo de verdad.
No como una fantasía inspiracional de domingo por la tarde.
No como una idea apuntada en un cuaderno bonito que terminará olvidado entre excusas.
Sino como una declaración de guerra contra el caos.

Escríbelo.
Define los principios que vas a seguir.
Define los límites que no vas a cruzar.
Define lo que importa.
Lo que vale.
Lo que serás capaz de sacrificar por mantenerte fiel a lo que crees.
Porque si no lo haces tú, lo harán otros por ti.

Y entonces ya no vivirás. Serás vivido.

Piensa en esto: la vida no es un río por el que te deslizas.
La vida es el espacio exterior. Hostil. Frío. Indiferente.
Y tú estás flotando en medio de ese vacío, tratando de construir una nave que te permita sobrevivir.

Esa nave eres tú.
Tu mente.
Tu cuerpo.
Tu sistema de valores.
Tus hábitos.
Tus límites.
Tu capacidad para protegerte y avanzar.

Fuera de ella, el caos.
Dentro de ella, orden.
Fuera, la muerte simbólica, la desorientación perpetua, el colapso.
Dentro, claridad, dirección, posibilidad.

Pero esa nave no te la dará nadie.
No vendrá hecha.
No te llegará en un correo motivacional ni en un retiro de fin de semana.
Tendrás que construirla tú.
Pieza a pieza.
Con sudor, dudas, errores y decisiones incómodas.

Necesitarás energía: cuida tu cuerpo.
Necesitarás limpieza: vigila tus pensamientos.
Necesitarás recursos: aprende, selecciona, almacena.
Necesitarás conocimiento: piensa, escribe, razona.
Necesitarás voluntad: actúa. No esperes a sentirte “preparado”.

Tu misión, si decides asumirla, es esta:
Construye tu plataforma vital como si tu vida dependiera de ello. Porque depende de ello.

Hazte caso.
Escúchate con rigor.
Piensa con claridad.
Escribe con precisión.
Actúa con coraje.

Y cuando dudes —porque dudarás—
no mires fuera.

Mira dentro.
Y recuérdalo:
esa voz que callaste tantas veces,
esa que gritaba bajo el ruido del mundo,
tenía razón.