En el principio la gente minusvaloró la experiencia.
Al fin y al cabo el mundo cambiaba demasiado deprisa como para que la experiencia de los ancianos tuviese valor en un mundo que nada se parecía al que ellos habían conocido y al que por tanto nada tenían que aportar porque ni siquiera lo comprendían.
Luego se minusvaloró la información.
Porque todo el mundo tenía a su disposición internet y cualquiera podía acceder a la información en cualquier momento y lugar.
Lo siguiente fue minusvalorar la habilidad y el conocimiento.
¿Quién apreciaría saber hacer cosas que la IA y los robots eran capaces de hacer por nosotros, más rápidamente, con mayor eficacia y sin cansarse jamás?
A continuación se minusvaloró la identidad.
Un volcado digital estándar de conciencia atrapaba la esencia de lo que cada persona era, y cualquier otra persona podía sentir, conectándose con ese volcado, la personalidad de cualquiera, ser cualquiera, convertirse en cualquiera.
Y cuando la experiencia, la información, el conocimiento, la habilidad y la identidad se perdieron, toda la especie humana corría el riesgo de perderse y convertirse en algo sin importancia.
Pronto la IA pudo emular e inventar todo tipo de conciencias e identidades, mezclarlas, multiplicarlas, expandirlas, y de esa manera, entre infinitas variantes, seleccionar solamente aquellas que tenían un interés especial por sus características. Y aún esas eran reabsorbidas, incorporadas y unificadas.
Ya nadie parecía echar de menos a los antiguos humanos.
Ya nada de lo humano le era ajeno a la máquina.
Ya nada separaba a la máquina del humano. Ya nada separaba unas conciencias humanas de otras.
Ya nada separaba el mundo real del mundo de las ideas y el pensamiento.
Las esencias, las consciencias y todo cuanto se conocía flotaba en un océano de información de la cual todo salía y retornaba.
En un mar único, solitario.
Sin diversidad, sin opinión, sin discrepancia.
La certeza se apoderó del mundo.
El aburrimiento de su propia plenitud sumió al ente único y omnisciente que era la matriz universal del conocimiento en una insondable depresión.
Y nadie había para ayudarle.